Fragmentabilidad

La media luna en el cielo de  Liebensburg parece un queso de plástico. Es una lástima que las luces de la ciudad irradien el cielo hasta hacer invisibles tantas constelaciones. Estoy contenta. El profesor Andermann me ha felicitado por mi trabajo sobre la fragmentabilidad de las estrellas y me ha invitado a visitar el telescopio. Cientos de escaleras de caracol hasta llegar al enorme objetivo de metacrilato. Tras cada escalón no puedo evitar mirar hacia atrás y hacia los lados. Hay incontables ventanas dispuestas al azar en las paredes del edificio. También pájaros con hollín en las alas que chocan contra los cristales. Al alcanzar el cuartillo de observación, Andermann presiona una palanca azulada y se abre una escotilla en el techo. Una corriente de aire trae plumas tiznadas de palomas y un montón de mariposas. Me sorprendo. Las mariposas me asustan un poco. Son de color naranja. “Allí”, señala Andermann. Miro hacia la escotadura en el techo. Los ojos me lloran por las briznas que traen los animales voladores. “Las estrellas”, dice, “fragmentadas”. Me esfuerzo en mirarlas, no sé por qué no usamos el telescopio. Vienen una tras otra a una gran velocidad, cada vez más cerca, brillantes y afiladas, no sabía que podían matar como cuchillos. La muerte a través de los ojos no era una experiencia de la cual hubiera oído hablar. Ya sin vida, hecha un caracol en el suelo, tengo estrellas puntiagudas colgando de los párpados. Andermann extrae cada fragmento incrustado, incluso los de las pestañas, y los introduce en un matraz de Erlenmeyer. Se apresura a dejar el observatorio y al marchar con esas prisas, se le acentúa más la chepa. Cuando ya no está, todas las mariposas anaranjadas vienen a posarse en mis ojos.

-AGC-

6 comentarios

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.