Mes: julio 2013

Canícula

Calima

El calor era agónico. La gente paseaba con gran lentitud por las calles buscando sombras y plazas con fuentes. Era difícil seguir adelante. No sólo era el bochorno que irradiaba el pavimento. También era la lluvia de mensajes depresivos. Bajadas de sueldo, desmoronamiento de logros sociales conseguidos en los últimos cuarenta años. ¿Y tú cómo luchaste contra eso, mamá? Me preguntarían mis hijas.

Sólo podía percibir una bola de materiales incandescentes. Elementos pesados que se depositaban en estratos según su masa y ejercían un aplastamiento doloroso. Las hienas y otros bichos sin escrúpulos se afanaban en tejer una red de pesadumbres en forma de capas de cebolla. ¿Y tú qué hiciste entonces?

Dejé que los lastres más pesados y las bolas de calima fueran hundiéndose hacia el interior de la protoTierra. Las hienas y sus acólitos fundían las rocas y consumían el magma. ¿Y tú qué hiciste? Volverían a preguntar las niñas.

Construí un globo aerostático, una bolsa que encerraba una masa de gas más ligera que el aire. Diseñé una cesta lo suficientemente grande como para transportar a mis hijas, al resto de la familia y a todos los amigos a los que tuve la oportunidad de localizar. El globo se dejó llevar. Una atmósfera oxigenada nos hizo sentir livianos. Alcanzamos los cincuenta mil pies de altura. Luego, sin poderlo evitar, un descenso lento y oscilante, como una flor de diente de león.

¿Y por qué regresamos, mamá?

Era el aire caliente, poco denso y menudo, el que nos hacía volar.

El cerebro del escritor (1): «dreamstorming»

dreamstorming3

Lo mejor de escribir es esa sensación de dejarte llevar. Entrar en una órbita de  “free-floating”. Es una percepción muy parecida a la de correr sin esfuerzo. Cuando estás entrenado, los músculos y con ellos el resto de tu cuerpo, avanzan solos, como impulsados por un motor automático. Sólo tienes que abandonarte a ese ritmo y notar la respiración, observar a tu alrededor o sumergirte en tus pensamientos. Este conjunto de emociones aparecen de modo similar cuando la escritura fluye. Son los dedos, animalillos salvajes, los que avanzan a su entender. El resto del cuerpo se convierte en un fiel seguidor de las falanges.

Existe una técnica descrita por Robert Olen Baten : “dreamstorming” (que no “brainstorming”). En ella se invita al que escribe a entregarse a este estado de flotación, de asociar libremente palabras e ideas y dejar que la historia te tome de la mano y te guíe a su voluntad.

Desde el punto de vista de la neurociencia, el alma de esos dedos en danza es un cerebro liberado de las ataduras de nuestro viejo sistema límbico. Si el sistema límbico está activado porque estamos estresados, sentimos cansancio o somos muy autocríticos y nos castigamos pensando que todo está mal, no liberamos nuestro córtex. La creatividad se deja de lado y priorizamos el estar a salvo y seguros, que es la función principal de nuestro cerebro instintivo, un cerebro más antiguo evolutivamente. El córtex, nuestro cerebro moderno, busca novedad, necesita ser creativo.

Dejar volar nuestro cerebro más moderno (y probablemente conectarlo así de algún modo con el más antiguo), debería de ser un ejercicio de práctica diaria. Del mismo modo que necesitamos comer o dormir para vivir, practicar la creatividad tendría que ser una actividad habitual en nuestro proceso de “sobrevivencia” . Lo cual también es una forma de evolución.

La música resulta una aliada fantástica de la escritura y ayuda a esa sensación de libertad. “Last Leaves of Autumn”, de Beth Orton, es una bonita pieza para ejercitar nuestro necesario dreamstorming.

All the things you are

piscina

Entramos en casa después de nadar. Nunca habíamos nadado hasta casi la media noche. La piscina estaba iluminada con focos redondos en su interior. Era difícil sortear las líneas amarillas que se cruzaban en todas las direcciones, luces impetuosas como los ojos de una muñeca galáctica. Los trajes de baño se veían fosforescentes. También nuestros dientes alineados. ¿Y si pudiéramos cambiar la forma de nuestras emociones? Sería cuestión de trazar un camino. Una línea virtuosa que conectara nuestros deseos y nuestra manera de hacer. Una performance basada en los movimientos libres del nadador. Todo se puede conseguir uniendo pasión y plasticidad. Tras despojarnos de los bañadores mojados, nos servimos un Manhattan y cenamos en la terraza. Hablamos de cosas variadas. Movíamos nuestros ojos y nuestras manos en infinitas direcciones, imitando a delfines escurridizos que trazan figuras sobre una bahía. Y así, al hablar y gesticular, explicábamos todas las cosas que somos.

Paseos con mi madre

paseos con mi madre

“Paseos con mi madre”, de Javier Pérez Andújar, es un libro auténtico porque el autor escribe lo que siente y elude lo previsible. Me he encontrado ampliamente reflejada en lo que con un estilo muy personal va narrando el escritor. Criarse en el extrarradio, en la periferia olvidada de las ciudades, la que nunca sale en las guías de turismo, -a pesar de contener el mayor número de habitantes-, te confiere una estructura especial. Si además tu familia aterrizó en esos márgenes después de parte de su vida en otros lugares, acabas con la sensación de no pertenecer a ninguna parte. En ese aparente desarraigo intentas construir tu mundo. Puedes renegar del paisaje que te rodea, de la falta de belleza de los edificios mamotreto y de sus pisos minimalistas. Renunciar a las pandillas que se forman en la calle y a los gamberretes con muñequeras de tachuelas. Pero es una negación flexible. Un día te levantas y sientes que el decorado industrial y destartalado que emerge paralelo al río, con cáscaras de naranja y bidones de basura, está incrustado en las células de tu memoria, y que todo eso que no te gusta quizás forma parte de ti.

En ese escenario particular, las historias que cuentan los padres, su vida allí donde crecieron, la manera en que lo explican, con un acento y unas palabras que resultan alejadas de lo que se supone es tu ciudad, van generando un universo muy rico que emerge una y otra vez en las áreas más vivas de la consciencia. Y como la teoría física de las cuerdas, la cual pocos entienden, esas historias van tendiendo lianas parecidas a las raíces.

“Escucharé a mi madre paseando por el río Besòs y atravesando las llanuras secas de su voz anciana iré comprendiendo que no tengo más raíces que un puñado de palabras que apenas se usan, que ni siquiera soy de un idioma, que en realidad pertenezco a una voz”

Escribir como ejercicio de libertad

escribir en libertad

“There are no conditions of life to which a man cannot get accustomed, especially if he sees them accepted by everyone around him”

Leo Tolstoy, Anna Karenina

Nos hemos acostumbrado a no protestar. A ceder frente a las presiones. A aceptar que nos recorten el sueldo y ofrezcan a nuestros hijos una educación empobrecida. A tolerar que mermen el sistema sanitario. Nos hemos acostumbrado no sólo al escaso presupuesto destinado a la investigación sino a que además reduzcan las mínimas becas y oportunidades para nuestros investigadores. Nos hemos habituado a la pobreza, -material y de espíritu-, al desperdicio del talento por falta de oportunidades, a trabajos infra remunerados, al impedimento del verdadero desarrollo humano. Nos hemos acostumbrado a que nos hundan en la miseria. Y todo para mantener un viejo sistema de castas, una jerarquía biológica bastante primaria, en la que unos cuantos controlan y dirigen mediante cuidadas redes de intereses.

¿Por qué? ¿Qué sucede en nuestros cerebros? El miedo podría ser una de las claves. El miedo determina muchas de nuestras respuestas. Tenemos miedo casi siempre. Miedo a decir que no. Miedo a quedarnos solos expresando una opinión. Miedo a sufrir consecuencias por comportamientos que no sean los seguidos por la mayoría. Miedo a ser desplazados o a estar en peligro. El miedo es una respuesta rápida, una estrategia de supervivencia que facilita la huida, la autoprotección: “sálvate”, nos dice el cerebro profundo, el sistema límbico, el tronco cerebral…

Pero sucede a menudo que la estrategia utilizada para salvar el pellejo, esa reacción rápida y de bajo consumo energético, mediada por las áreas más primitivas de nuestro cerebro, entra en conflicto con nuestro bienestar a largo plazo. Decidimos no quejarnos, asumir que nos recorten el sueldo o la calidad de la escuela de nuestros hijos, porque adaptativamente favorece nuestra supervivencia inmediata. No nos ponemos en peligro, hacemos lo mismo que todos, no creamos conflicto ni perturbamos la paz social. Pero a medio y largo plazo, esta actitud se convierte en un boomerang que reacciona contra el propio individuo y todo un colectivo. Seguimos alimentando un sistema tremendamente desigual.

Los cambios a lo largo de la historia han requerido a menudo de revoluciones. Revoluciones importantes para abolir la esclavitud u otras infracciones graves a los derechos humanos.  Las revoluciones son difíciles de gestar. Requieren mucha energía, organización, lucha y perseverancia. Necesitan de la utilización de nuestro cerebro más moderno, el neocórtex, y que en él se efectúen cambios cualitativos, diferenciales. Necesitan tiempo, no se fundan en respuestas rápidas e instintivas. Uno de los principales problemas en estos ejercicios de cambio sustancial, es el mantener la motivación y la energía en grupos muy grandes de personas. Es fácil que se vaya perdiendo el ánimo. También que haya conversiones hacia el sistema antiguo; algunos individuos tienen una tendencia especial a estar siempre al lado de los que ostentan el poder, independientemente de la ideología o maneras que estos poderosos exhiban.

No sé cómo pero necesitamos un cambio. Y no una revolución social ni económica, ni mucho menos violenta o perturbadora de nuestra integridad física. Necesitamos una revolución humana. Nuestro cerebro ha de cambiar. Hemos de viajar hacia el bienestar común y el progreso en lo más auténtico de nuestros valores humanos, los no materiales. Igual que en su momento se abolió la esclavitud más salvaje, hemos de abolir este sistema primitivo que funciona aprovechando que aún estamos gobernados por nuestro cerebro más antiguo.

Evolución y humanización. La cuestión es cómo conseguirlo. Escribir, expresar opiniones y sentimientos es como mínimo un ejercicio de libertad. ¿Por qué no comenzar por aquí? Expresémonos, volquemos nuestras ideas de manera organizada, inteligente y sensible. Este puede ser un pequeño primer cambio en el abandono de nuestras peligrosas costumbres.

Agujeros

Agujero negro

Sólo dormí tres horas y ahora tengo ojos de rana. Bulbosos y verdes. Una pupila ligeramente más elevada que la otra. Si algo he aprendido con el programa de televisión de Carl Sagan es que existen los agujeros. He de confesar que la sonrisa de Carl y su traje cobalto con cinturón ajustado me producían acidez de estómago. En cambio, el tema de los agujeros me resultaba muy atractivo. Creía en ellos. Confiaba en la existencia real de esos agujeros que se escapan a nuestro entendimiento (no tenemos los ojos hechos para verlos). Y desde entonces los he buscado con insistencia. He volcado horas intentando concentrar la luz con los pequeños flexos de mi habitación. He fabricado un balón de papel, una esfera frágil de papel de seda, que deja entrar toda la luz de las bombillas sin permitir que salga ni una sola radiación. Y creo entender que finalmente se ha formado un agujero de tiempo. La luz se apaga atrapada en su propia gravedad. Aparece un túnel opaco en el que permanezco mucho rato. Es difícil de calcular cuánto. Sólo sé que Eric duerme toda la noche (con esa calma que tiene su respiración al dormir), se levanta y se humedece los párpados y su barba recién brotada, lo hace llenándose las manos de agua del grifo y con suaves toques en las mejillas, prepara una cafetera que hace ruido de tren, y yo permanezco en mi túnel, escribiendo, sin parar.

http://vimeo.com/37241531