Mes: octubre 2016

El cerebro del escritor (10): creatividad y alta sensibilidad

«The truly creative mind in any field is no more than this: A human creature born abnormally, inhumanly sensitive. To him… a touch is a blow, a sound is a noise, a misfortune is a tragedy, a joy is an ecstasy, a friend is a lover, a lover is a god, and failure is death. Add to this cruelly delicate organism the overpowering necessity to create, create, and create— so that without the creating of music or poetry or books or buildings or something of meaning, his very breath is cut off from him. He must create, must pour out creation. By some strange, unknown, inward urgency he is not really alive unless he is creating».

– Pearl S. Buck

Pearl S Buck

¿Podemos relacionar la alta sensibilidad y la necesidad de crear, con fenómenos biológicos en nuestro cerebro?

Existen estudios que explican que la sensibilidad estética está relacionada fundamentalmente con la dopamina. La dopamina es un neurotransmisor que se produce en unas neuronas situadas en el tronco del cerebro, concretamente en el mesencéfalo y en una estructura denominada sustancia negra («substantia nigra» en la figura). Desde esas neuronas, los axones actúan como «cables» transportadores de dopamina hacia diferentes áreas del cerebro (las líneas rojas y verdes corresponden a los circuitos de la dopamina en la figura). La dopamina está implicada en el movimiento, -de hecho su déficit se relaciona con la enfermedad de Parkinson, en la cual los pacientes tienen dificultades para moverse  y realizan sus actividades con mayor lentitud-, pero también está relacionada con la motivación y la recompensa.

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Source: ABPI-Image-Drug development Technology

La liberación de dopamina aumenta la necesidad de explorar y facilita las conductas, emociones y procesos cognitivos necesarios en el proceso creativo. En realidad permite a la persona creativa percibir posibilidades que otros ignorarían automáticamente. Existen diferentes maneras de estudiar cómo varía esta función dopaminérgica en los individuos. Por ejemplo, se han descrito variantes individuales (específicas de cada persona o familia) en el gen que transporta la dopamina a las neuronas, (DAT) o bien en receptores donde la dopamina actúa (como el receptor D2), que pueden contribuir a que una persona sea más o menos creativa. También se ha relacionado con el volumen de determinadas estructuras cerebrales como el tálamo (thalamus en la figura).

¿Pero qué sabemos en realidad sobre las bases biológicas de la creatividad? Más bien poco. Es probablemente una aproximación demasiado simplista dejarlo todo en manos de la dopamina. Aunque con seguridad contribuye, hay muchos elementos que aún desconocemos. La esencia del misterio de la creatividad equivale a lo intrigante de la personalidad y a la mirada que cada uno posee como un precioso secreto.

 

 

El cerebro del escritor (9): Alejandra Pizarnik

En mi interés por conocer los entresijos neurobiológicos de la escritura, siempre me ha fascinado la figura de Alejandra Pizarnik. El modo arrebatador en que utiliza las palabras te desplaza súbitamente a otra dimensión de las cosas.

Pero y ella, cómo era Alejandra, qué sucedía en su cerebro. Aún un misterio…

«Simplemente no soy de este mundo… Yo habito con frenesí la luna. No tengo miedo de morir; tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva… No puedo pensar en cosas concretas; no me interesan. Yo no sé hablar como todos. Mis palabras son extrañas y vienen de lejos de donde no es, de los encuentros con nadie… ¿Qué haré cuando me sumerja en mis fantásticos sueños y no pueda ascender? Porque alguna vez va a tener que suceder. Me iré y no sabré volver. Es más, no sabré siquiera que hay un ‘saber volver’. No lo querré acaso.» Alejandra Pizarnik, diarios de 1955-1972.

 

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«Hace veinticinco años —fue a mediados del 57— una mujer me llamó por teléfono para pedirme una entrevista. Mi primera impresión, cuando la vi, fue la de estar frente a una adolescente entre angélica y estrafalaria. Me impresionaron sus grandes ojos, transparentes y aterrados, y su voz, grave y lenta, en la que temblaban todos los miedos. (Me acordé de esa criatura perdida en el mar de un cuento de Supervielle). El diálogo que entonces iniciamos, y que duró poco más de un año, continuó después, ya instalada en París, en cartas que no hacían más que corroborar lo que desde los primeros momentos supe: que con Alejandra Pizarnik, romántica y surrealista, pero por encima de todo, ella, Alejandra, inclasificable y única, algo importante se incorporaba a nuestras letras.

Alejandra me traía, habitualmente, un poema, páginas de su diario, un dibujo (había comenzado a asistir al taller de Batlle Planas). Y ahora lo puedo decir: no podía sustraerme al goce estético que su lectura, su visión suscitaban en mí, y quedaba, en ocasiones, si no olvidada, postergada mi específica tarea profesional, como si yo hubiera entrado en el mundo mágico de Alejandra no para exorcizar sus fantasmas sino para compartirlos y sufrir y deleitarme con ellos, con ella. No estoy seguro de haberla siempre psicoanalizado; sé que siempre Alejandra me poetizaba a mí. La entrega de Alejandra a la poesía era total, absoluta. Fue lo que le permitió resistir —hasta que decidió abandonar la lucha— los embates del viento feroz. La irrenunciable y heroica tarea de acercarse al caos para entrever su ley secreta, de atisbar en las tinieblas para iluminarlas con el relámpago de la palabra precisa y bella fue la tarea que eligió como definición de su destino. (Necesito hacer bellas mis fantasías, mis visiones. De lo contrario, no podré vivir. Tengo que transformar, tengo que hacer visiones iluminadas de mis miserias y de mis imposibilidades… Hoy me apliqué varias horas a Góngora… él «sabía», se daba cuenta de las palabras, de todas y de cada una).

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Siempre confié en Alejandra. Más allá de sus desfallecimientos, de sus abandonos, de sus renuncias, de sus angustias, de sus muertes —de su muerte— sabía yo que estaba salvada, irremediablemente, porque la poesía estaba en ella como una fuerza inconmovible. Y si los poderes oscuros, algunas veces, parecían ganar terreno, no era más que el trámite inevitable para que, después, lo terrible entrevisto se convirtiera en condición de crecimiento y de mayor lucidez. Hasta que Alejandra —hace diez años— decidió interrumpir su búsqueda. ¿Porque había ya encontrado? ¿Porque sintió que nunca encontraría? (Simplemente, no soy de este mundo… Yo habito con frenesí la luna… No tengo miedo de morir; tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva… ).»

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Texto: León Ostrov, del libro: Alejandra Pizarnik. Cartas (Euvim).

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