Charlie Parker

Sabático

Los días que iniciaron mi año sabático fueron tentativas de abordar todo aquel tiempo que aparecía ante mí como un inmenso regalo. Solía levantarme pronto para sentarme en la terraza a escribir. Comenzaba acompañada de música de Charlie Parker. No ha habido mejor talento en el jazz. Sus improvisaciones me llevaban a bucles y espirales curiosas por las que arrastrar los relatos. La brisa de las primeras horas de la mañana aún estaba perfumada del jazmín que se imponía durante la noche. A veces me distraía y no podía seguir el hilo de las historias. Entonces contemplaba los jardines que rodean la terraza y comenzaba algún dibujo que luego continuaba en las clases que compartía con Billy en la Academia.

Yo no era buena dibujando pero sentía curiosidad por explorar cómo se puede transformar una idea o una emoción en un paisaje. Me gustaba recorrer ese camino. Reconozco que era muy torpe, pero necesitaba ensayar. La primera técnica que nos enseñaron fue el dibujo con lápiz. Como a los niños. Empezar por lo más sencillo me reconfortaba y decidí que me estrenaría esbozando siluetas. Pedí permiso a Billy para trazar su perfil mientras él mismo dibujaba sus cosas.

foto edu y julia

All the things you are

piscina

Entramos en casa después de nadar. Nunca habíamos nadado hasta casi la media noche. La piscina estaba iluminada con focos redondos en su interior. Era difícil sortear las líneas amarillas que se cruzaban en todas las direcciones, luces impetuosas como los ojos de una muñeca galáctica. Los trajes de baño se veían fosforescentes. También nuestros dientes alineados. ¿Y si pudiéramos cambiar la forma de nuestras emociones? Sería cuestión de trazar un camino. Una línea virtuosa que conectara nuestros deseos y nuestra manera de hacer. Una performance basada en los movimientos libres del nadador. Todo se puede conseguir uniendo pasión y plasticidad. Tras despojarnos de los bañadores mojados, nos servimos un Manhattan y cenamos en la terraza. Hablamos de cosas variadas. Movíamos nuestros ojos y nuestras manos en infinitas direcciones, imitando a delfines escurridizos que trazan figuras sobre una bahía. Y así, al hablar y gesticular, explicábamos todas las cosas que somos.