el cerebro del escritor

El cerebro del escritor (10): creatividad y alta sensibilidad

«The truly creative mind in any field is no more than this: A human creature born abnormally, inhumanly sensitive. To him… a touch is a blow, a sound is a noise, a misfortune is a tragedy, a joy is an ecstasy, a friend is a lover, a lover is a god, and failure is death. Add to this cruelly delicate organism the overpowering necessity to create, create, and create— so that without the creating of music or poetry or books or buildings or something of meaning, his very breath is cut off from him. He must create, must pour out creation. By some strange, unknown, inward urgency he is not really alive unless he is creating».

– Pearl S. Buck

Pearl S Buck

¿Podemos relacionar la alta sensibilidad y la necesidad de crear, con fenómenos biológicos en nuestro cerebro?

Existen estudios que explican que la sensibilidad estética está relacionada fundamentalmente con la dopamina. La dopamina es un neurotransmisor que se produce en unas neuronas situadas en el tronco del cerebro, concretamente en el mesencéfalo y en una estructura denominada sustancia negra («substantia nigra» en la figura). Desde esas neuronas, los axones actúan como «cables» transportadores de dopamina hacia diferentes áreas del cerebro (las líneas rojas y verdes corresponden a los circuitos de la dopamina en la figura). La dopamina está implicada en el movimiento, -de hecho su déficit se relaciona con la enfermedad de Parkinson, en la cual los pacientes tienen dificultades para moverse  y realizan sus actividades con mayor lentitud-, pero también está relacionada con la motivación y la recompensa.

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Source: ABPI-Image-Drug development Technology

La liberación de dopamina aumenta la necesidad de explorar y facilita las conductas, emociones y procesos cognitivos necesarios en el proceso creativo. En realidad permite a la persona creativa percibir posibilidades que otros ignorarían automáticamente. Existen diferentes maneras de estudiar cómo varía esta función dopaminérgica en los individuos. Por ejemplo, se han descrito variantes individuales (específicas de cada persona o familia) en el gen que transporta la dopamina a las neuronas, (DAT) o bien en receptores donde la dopamina actúa (como el receptor D2), que pueden contribuir a que una persona sea más o menos creativa. También se ha relacionado con el volumen de determinadas estructuras cerebrales como el tálamo (thalamus en la figura).

¿Pero qué sabemos en realidad sobre las bases biológicas de la creatividad? Más bien poco. Es probablemente una aproximación demasiado simplista dejarlo todo en manos de la dopamina. Aunque con seguridad contribuye, hay muchos elementos que aún desconocemos. La esencia del misterio de la creatividad equivale a lo intrigante de la personalidad y a la mirada que cada uno posee como un precioso secreto.

 

 

El cerebro del escritor (9): Alejandra Pizarnik

En mi interés por conocer los entresijos neurobiológicos de la escritura, siempre me ha fascinado la figura de Alejandra Pizarnik. El modo arrebatador en que utiliza las palabras te desplaza súbitamente a otra dimensión de las cosas.

Pero y ella, cómo era Alejandra, qué sucedía en su cerebro. Aún un misterio…

«Simplemente no soy de este mundo… Yo habito con frenesí la luna. No tengo miedo de morir; tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva… No puedo pensar en cosas concretas; no me interesan. Yo no sé hablar como todos. Mis palabras son extrañas y vienen de lejos de donde no es, de los encuentros con nadie… ¿Qué haré cuando me sumerja en mis fantásticos sueños y no pueda ascender? Porque alguna vez va a tener que suceder. Me iré y no sabré volver. Es más, no sabré siquiera que hay un ‘saber volver’. No lo querré acaso.» Alejandra Pizarnik, diarios de 1955-1972.

 

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«Hace veinticinco años —fue a mediados del 57— una mujer me llamó por teléfono para pedirme una entrevista. Mi primera impresión, cuando la vi, fue la de estar frente a una adolescente entre angélica y estrafalaria. Me impresionaron sus grandes ojos, transparentes y aterrados, y su voz, grave y lenta, en la que temblaban todos los miedos. (Me acordé de esa criatura perdida en el mar de un cuento de Supervielle). El diálogo que entonces iniciamos, y que duró poco más de un año, continuó después, ya instalada en París, en cartas que no hacían más que corroborar lo que desde los primeros momentos supe: que con Alejandra Pizarnik, romántica y surrealista, pero por encima de todo, ella, Alejandra, inclasificable y única, algo importante se incorporaba a nuestras letras.

Alejandra me traía, habitualmente, un poema, páginas de su diario, un dibujo (había comenzado a asistir al taller de Batlle Planas). Y ahora lo puedo decir: no podía sustraerme al goce estético que su lectura, su visión suscitaban en mí, y quedaba, en ocasiones, si no olvidada, postergada mi específica tarea profesional, como si yo hubiera entrado en el mundo mágico de Alejandra no para exorcizar sus fantasmas sino para compartirlos y sufrir y deleitarme con ellos, con ella. No estoy seguro de haberla siempre psicoanalizado; sé que siempre Alejandra me poetizaba a mí. La entrega de Alejandra a la poesía era total, absoluta. Fue lo que le permitió resistir —hasta que decidió abandonar la lucha— los embates del viento feroz. La irrenunciable y heroica tarea de acercarse al caos para entrever su ley secreta, de atisbar en las tinieblas para iluminarlas con el relámpago de la palabra precisa y bella fue la tarea que eligió como definición de su destino. (Necesito hacer bellas mis fantasías, mis visiones. De lo contrario, no podré vivir. Tengo que transformar, tengo que hacer visiones iluminadas de mis miserias y de mis imposibilidades… Hoy me apliqué varias horas a Góngora… él «sabía», se daba cuenta de las palabras, de todas y de cada una).

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Siempre confié en Alejandra. Más allá de sus desfallecimientos, de sus abandonos, de sus renuncias, de sus angustias, de sus muertes —de su muerte— sabía yo que estaba salvada, irremediablemente, porque la poesía estaba en ella como una fuerza inconmovible. Y si los poderes oscuros, algunas veces, parecían ganar terreno, no era más que el trámite inevitable para que, después, lo terrible entrevisto se convirtiera en condición de crecimiento y de mayor lucidez. Hasta que Alejandra —hace diez años— decidió interrumpir su búsqueda. ¿Porque había ya encontrado? ¿Porque sintió que nunca encontraría? (Simplemente, no soy de este mundo… Yo habito con frenesí la luna… No tengo miedo de morir; tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva… ).»

***
Texto: León Ostrov, del libro: Alejandra Pizarnik. Cartas (Euvim).

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El cerebro del escritor (8): Oliver Sacks

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Acabo de leer «En movimiento», la autobiografía de Oliver Sacks, escritor, neurólogo y ser humano excepcional. Y después de su lectura me he visto impulsada a escribir estas líneas con la inspiración de sus neurohistorias y del magnífico viaje que ilustra su propia vida en un ejercicio de la más auténtica honestidad. Profundo, conmovedor, real. Tanto  ante sí mismo como en la narración de la enfermedad en forma de múltiples novelas que van al corazón del individuo. El paciente no es una «n» más en una serie que se describe en los artículos científicos. Es el protagonista de la historia en mayúsculas, el elemento imprescindible para entender claves del funcionamiento cerebral y de su esencia como persona.

Leer sus relatos, como los casos de los individuos ciegos al color, o aquellos que sufren alucinaciones musicales, o la incapacidad de reconocer sentimientos, intenciones o empatizar con los demás, demuestra la importancia de estudiar con todo detalle cada «caso clínico» (a cada individuo). Las historias de Sacks muestran de un modo muy original que ningún pensamiento mecanístico (el cual aplicamos con frecuencia en la medicina actual), ni los resultados de exámenes realizados con técnicas sofisticadas, pueden sustituir o hacernos comprender la realidad de cada cual.

«A nivel neuronal, la individualidad está profundamente imbuida en nosotros desde el principio. Incluso a nivel motor, los investigadores han demostrado que un niño no sigue una pauta establecida para aprender a caminar o a la hora de coger algo. Cada bebé experimenta maneras distintas de coger un objeto, y en el curso de varios meses descubre o selecciona sus propias soluciones…»

«No hay reglas, no hay un camino, cada paciente tiene que describir sus propias soluciones a los retos que se le presentan…Estamos determinados a una vida de singularidad y autodesarrollo, a crear nuestros propios caminos individuales a través de la vida….»

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La voraz necesidad de escribir, combinar lo clásico y romántico, la ciencia y el relato, transforma la dirección de la vida de Sacks y lo convierte en el médico narrador.

«Tengo la impresión de ir descubriendo mis pensamientos mediante el acto de escribir, durante la escritura propiamente dicha…Para bien o para mal soy un narrador. Sospecho que esa afición a las historias, a la narrativa, es una inclinación humana universal, que tiene que ver con el hecho de poseer un lenguaje, una conciencia del yo y una memoria autobiográfica… El acto de escribir, cuando ocurre con fluidez, me proporciona un placer, una dicha incomparables. Me lleva a otro lugar….»

«En movimiento» explica la vida de un ser humano con una gran sensibilidad, capaz de percibir los detalles de infinidad de vivencias con todos sus matices y describirlos con enorme precisión e inteligencia. A lo largo del libro el lector se siente bañado en la propia emoción de Sacks por la práctica médica, por la escritura y la música, por las experiencias compartidas con tantas personas con las que tiene la suerte de coincidir: científicos, intelectuales, actores…

Narración absolutamente generosa e intensa. Imprescindible para médicos, neurólogos, neurocientíficos, escritores, y cualquier ser sensible.

Gracias, doctor Sacks.

El cerebro del escritor (7): Diferencias entre escritores noveles y expertos

La neurociencia se ha aliado con la escritura creativa y se dispone a desvelar los entresijos de nuestra mente curiosa, imaginativa, ávida de historias que inventar. Para ello el grupo de científicos liderado por Martin Lotze, de la Universidad de Greisfwald en Alemania, ha realizado pruebas de imagen funcional (fMRI) de los cerebros de escritores noveles y experimentados mientras escribían historias de ficción. Estos estudios permiten observar qué áreas y redes neuronales se activan mientras se realiza una tarea concreta. Tal y como explica en su artículo de la revista NeuroImage, los escritores noveles activaban las áreas visuales del cerebro (encuadradas en rojo en el dibujo), por contra, los expertos mostraban mayor actividad en las regiones relacionadas  con el lenguaje hablado (marcadas en azul). esc noveles y expertos Según explica el Dr Lotze, probablemente ambos grupos utilizan estrategias diferentes. Los escritores noveles están «viendo sus historias» como una película dentro de sus cabezas, mientras que los expertos están narrándolas con su propia voz.

Esto me ha hecho recordar a esos cursos de escritura creativa que hice hace años. Los profesores insistían en que lo más difícil era «encontrar tu propia voz». Una vez lo conseguías, todo andaba rodado. En el fondo sólo estaban diciendo: practica, practica, practica.

Por otra parte, en los escritores expertos también se activaba el núcleo caudado (la estructura de color púrpura en el dibujo), el cual permanecía «callado» en los noveles. Este núcleo juega un papel fundamental en el desarrollo de las habilidades que se consiguen con la práctica. Cuando empezamos a aprender cualquier actividad nueva (tocar un instrumento, jugar a fútbol) realizamos un gran esfuerzo consciente. Con la práctica, estas acciones son más automáticas: el núcleo caudado empieza a coordinarlas como un director de orquesta.

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A pesar del gran atractivo de estos estudios, falta mucho por conocer. ¿Corresponde este patrón de activación cerebral sólo a la escritura creativa o se podría encontrar también realizando otras tareas, como escribir un artículo sobre historia o matemáticas? La creatividad es un asunto difícil de desentrañar. El misterio continúa.

El cerebro del escritor (6): Kafka y las alucinaciones hipnagógicas

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El estilo y modo de escribir de los escritores tiene mucho que ver con el momento histórico en que se hallan y es así como se tiende a analizar la literatura. No obstante, la manera tan personal en que algunos escritores narran las historias puede reflejar ciertos mecanismos neurológicos a los que se les ha dado poca o nula importancia hasta ahora. A esto hace referencia el artículo de Aaron L Mishara: «Kafka, paranoia doubles and the brain…»

El artículo es largo, complejo, y no ofrece una fácil lectura. Me ha parecido interesante comentar alguna idea de las que expone, aunque he de admitir que el conjunto del texto de Mishara me ha resultado difícil de entender.

Kafka escribía normalmente de noche. En su Diario explica que el relato «La condena» lo escribió de un tirón entre las diez de la noche y las seis de la mañana. Pasaba las noches escribiendo sin parar e imaginaba el lugar ideal para escribir como “una vasta cueva con una lámpara”.  En una carta a su novia, Felice, le decía: «Lo que necesito para escribir es la reclusión. No como un ermitaño sino como un muerto. Escribir, en este sentido, es como un sueño mayor que la muerte, y como a un muerto no se le puede mover de su tumba, así yo no debo ni puedo moverme de mi escritorio por las noches. «

Al parecer, Kafka utilizaba deliberadamente la deprivación de sueño para escribir. Como él mismo explica en su Diario, escribir sin haber dormido lleva a pensamientos y asociaciones inusuales, que de otra manera hubieran sido inaccesibles. La falta prolongada de sueño puede hacer entrar en un estado «alucinatorio» a sujetos totalmente sanos. Es bien conocido que se producen cambios en neurotransmisores como la dopamina y el glutamato, los cuales actúan en estructuras cerebrales como el estriado (striatum en el dibujo) y el córtex prefrontal (prefrontal cortex). Esto produce un estado de hiperexcitabilidad y lo que se conoce como «alucinaciones hipnagógicas».

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Imagen extraída de: Arias-Carrión et al. International Archives of Medicine 2010 3:24
 

La palabra hipnagógica expresa una situación de tránsito entre la vigilia y el sueño. Las alucinaciones que se producen en esta etapa de transición pueden ser auditivas, visuales o táctiles. Es posible que Kafka, estando toda la noche en vela, tuviera momentos de claudicación y presentara estos fenómenos poco antes de caer rendido echando una cabezada. En ocasiones, las alucinaciones hipnagógicas producen representaciones visuales sumamente coloridas que pueden generar la sensación de una vivencia extrasensorial o paranormal, siendo en cambio éstas, un fenómeno totalmente fisiológico.

Kafka evitaba deliberadamente estímulos luminosos y sociales (ausencia de luz y contacto con otras personas durante la noche). Creaba tal vez una atmósfera propicia a la auto-inducción de estados hipnagógicos. El personaje de Gregor Samsa en «La metamorfosis», necesita separarse de su familia, sufre cambios irreversibles durante la noche que pudieran haber estado inspirados en este tipo de fenómenos.

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A pesar de lo interesante de esta observación es imposible demostrar que los elementos fantásticos de la literatura de Kafka se deben únicamente a estos estados de ensoñación y a su arraigada costumbre de escribir de noche. Kafka nos asoma a un mundo mucho más complejo y de gran riqueza intelectual y estética. Entre muchas otras aportaciones, introduce en la realidad cotidiana aquella distorsión que permite desvelar su propia y más profunda inconsistencia, la reducción al absurdo.

En todo caso, bienvenida sea la aproximación neurobiológica de la literatura, esa neurofusión que tanto me gusta.

El cerebro del escritor (5): «Epilepsia y Poesía»

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“Hipergrafia” es el término médico para designar el intenso deseo de escribir que aparece en algunas patologías neurológicas.

Hace unos días leí un artículo muy curioso en la revista NewScientist. Explicaba el caso de una mujer de 78 años que tras ser diagnosticada de epilepsia del lóbulo temporal y recibir una medicación que hizo que las convulsiones cesaran, comenzó a escribir compulsivamente poesía. Previamente esta señora no había sentido nunca curiosidad por la escritura. De repente se encontró a sí misma escribiendo de 10 a 15 poemas al día, y muy disgustada si alguien la interrumpía. Se trataba pues de un caso de «hipergrafia» desencadenada por el tipo de epilepsia que padecía. No obstante, lo sorprendente en esta paciente es que el contenido de su escritura se hallaba muy organizado y mostraba un alto componente creativo, lo cual no siempre sucede en otros trastornos también relacionados con esta intensa necesidad de escribir.

Ejemplo de uno de sus poemas:

To tidy out cupboards is morally wrong
I sing you this song, I tell you I’m right.
Each time that I’ve done it, thrown all out of sight,
I’ve regretted it.

Think of the treasures now lost to the world
Measureless gold, riches unfurled,
Diamonds, sapphires, rubies, emeralds – you must have had them,
All tucked well away.
So

To tidy out cupboards, throw rubbish from sight
(Even the poems you write up at night)
Is morally wrong.
So I’m keeping this one.

La epilepsia es una actividad eléctrica anómala del cerebro. La epilepsia crónica se ha relacionado con una reorganización de los circuitos en el cerebro. En este caso parecía localizarse en el lóbulo temporal, el cual está implicado en habilidades lingüísticas y creatividad verbal. Los expertos piensan que tal vez estos “circuitos poéticos” estaban dormidos mientras la paciente no tuvo crisis convulsivas y se activaron tras la reorganización de conexiones que desencadenó la epilepsia. Haciendo una búsqueda rápida en la literatura científica, encontré otros casos similares, lo cual apoyaría esta hipótesis que relaciona reorganización de circuitos en lóbulo temporal y la necesidad compulsiva de escribir.

51d679fd5206fd732e22d3776c62d605Este ejemplo y otros similares ayudan a conocer mejor las bases neurobiológicas de la creatividad, y en concreto de la escritura creativa. Probablemente la creatividad, caprichosa como es, necesita de una actividad cerebral espontánea de base,  ya existente en el individuo, pero por otra parte requiere estímulos que la pongan de manifiesto o la hagan crecer. Los estímulos pueden ser inesperados como en este caso. No obstante, lo deseado sería que fueran constantes, un ejercicio, un hábito que aprendiéramos desde niños para no morir de aburrimiento o pura repetición. Estímulos mantenidos que renovaran la imaginación y nos hicieran más libres.

¡Qué tremendamente misterioso y bello es nuestro cerebro!

Fuente original de esta noticia: Epilepsy gives woman compulsion to write poems

El cerebro del escritor (4): llevar el fondo del mar a la superficie

No soy ninguna experta en escritura creativa. No obstante, siento atracción por la escritura e intento entrenar ese deseo cuando el tiempo disponible y mi estado anímico me empujan a ello (debería de ser más constante, lo sé). No soy pues ninguna entendida, pero a pesar de mi falta de profesionalidad y de todas las torpezas que tendría que ir limando, siempre que escribo ficción, historias, relatos… tengo la misma sensación. Es el sentimiento de realizar una tarea de búsqueda en lo más interno de mí, lo conocido, mis experiencias, y lo que me sorprende por no reconocer tan propio -en realidad lugares e ideas que aparecen como hijos desconocidos que acaban de llamar a la puerta-. Esta búsqueda automática (salta un pequeño clic y ya está) luego traza un camino hacia lugares más vívidos de la conciencia, más ligados a algo que sí controlo y modulo voluntariamente: que las ideas tomen sentido, que tengan cierto equilibrio, que transmitan sentimientos…

Mi dedicación a la neurología me lleva a menudo querer saber qué pasa en el cerebro cuando esas sensaciones suceden. Al escribir, tengo con frecuencia la impresión de que se crean diálogos entre estructuras antiguas del cerebro (profundas: núcleos de la base, tronco del encéfalo) y nuevas (como  la corteza cerebral).

Escribir siempre me ha sugerido la imagen de un buceador que nada a pulmón y consigue llevar objetos curiosos a la superficie del mar

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Photo Credit Dejan Sarman/iStock/Getty Images

Un estudio reciente (Lotze et al) muestra que esta idea pudiera estar cerca de la realidad . Los investigadores estudian el cerebro de 23 escritores profesionales, expertos en escritura creativa, y el de 20 voluntarios que no lo son. Utilizan una prueba de imagen funcional que permite analizar la actividad del cerebro cuando está en reposo (resting state functional magnetic resonance). El grupo de escritores muestra un patrón de conexiones cerebrales diferente al del grupo control. En concreto se apreció una mayor conectividad entre el núcleo caudado (caudate: color naranja en el dibujo) y zonas del surco de la corteza intraparietal (IPS: color verde en el dibujo) en el hemisferio cerebral derecho. El caudado es una estructura que corresponde a los núcleos de sustancia gris del cerebro y que pertenece a nuestro sistema nervioso evolutivamente más antiguo. Los surcos de la corteza cerebral corresponden a estructuras que se han desarrollado más tardíamente y por tanto son más nuevas en la evolución. Los escritores mostraron también una menor conectividad entre un hemisferio y otro con respecto a algunas áreas de la corteza temporal (como el área 44, en rosa en el dibujo)».

 

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Fuente del dibujo: Lotze et al

Es interesante pensar que la escritura creativa permite conectar áreas antiguas y modernas de nuestro cerebro. Esto se da fundamentalmente en el hemisferio derecho, el cual está asociado a la creatividad verbal. Favorecer estas conexiones nos hace más flexibles e imaginativos. Desarrollar el hábito de escribir debería ser una actividad a la que se le diera más importancia a lo largo de nuestra formación como personas.

El cerebro del escritor (3): «literatura y recuerdos»

Cuando el escritor escribe ficción recurre a menudo a sus propios recuerdos. Es interesante conocer algunos aspectos de la neurobiología de la memoria para imaginar qué lucecitas van discurriendo por unas y otras redes del cerebro del escritor.

Estructuras cerebrales que participan en diferentes tipos de memoria

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Pero la memoria está en continuo proceso de cambio. Reconstruimos constantemente nuestros recuerdos y así evitamos quedarnos atrapados en una especie de universo atemporal.

Si en nuestra vida diaria todo cambia, vivimos en un fluir de circunstancias y experiencias que van construyendo lo que somos, ¿por qué el pasado debería de ser diferente? ¿Por qué aceptar que el pasado es estático? Probablemente huimos de todo aquello que es fijo e inmutable. No nos gusta. Necesitamos adornar y modificar nuestro entorno. El movimiento es la vida. Y esto sucede incluso con nuestras experiencias pasadas. Estamos paseando y de repente nos topamos con el escaparate de una chocolatería, lo cual nos lleva a la infancia y a la entrada de nuestra vieja escuela. Y de un modo automático, sin darnos cuenta, tomamos el escaparate y a los bombones como parte de lo que hemos decidido como nueva realidad para un recuerdo lejano. Para que no muera de irreal o inmóvil, para que no parezca mentira ni convirtamos nuestro pasado en una polvorienta colección de fósiles.

La lógica podría decirnos que el recuerdo consiste en evocar aquella experiencia que quedó almacenada en nuestro cerebro, y que extraemos abriendo pequeños cajones del gran armario de la memoria. No obstante, un estudio reciente (Bridge y colaboradores) explica que el proceso ocurre a la inversa:

El recuerdo se reconstruye según las emociones que surgen del presente. Rescatamos escenas del pasado y las mezclamos con las nuevas sensaciones y percepciones que vivimos en el “ahora”. De este modo las transformamos en algo del presente.

Al escribir un relato o una novela, utilizamos a menudo nuestros recuerdos, los cuales nos aportan ideas o un pequeño hilo de la historia que luego transformaremos. Según el estudio anteriormente mencionado, la consolidación de la memoria requiere de nuevas versiones aportadas por la huella del presente. En base a ello podríamos pensar que la música que escuchamos, el paisaje que se nos presenta a través de la ventana o el aroma del plato que se está cocinando mientras escribimos, son estímulos del presente que matizarían el recuerdo que se utiliza como recurso literario.

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¿Es posible entonces que el escritor reconstruya sus propios recuerdos en base a los estímulos de la ficción que escribe en el presente?

¿Son más ficticios los recuerdos de un escritor que los de cualquier otra persona que no acostumbre a escribir como rutina?

Estas son preguntas se me acaban de ocurrir, son cosecha propia y no tienen que ver con el estudio que menciono, pero me pareció interesante la reflexión.

El cerebro del escritor (2): creatividad verbal

“Toda la noche espero que mi lenguaje logre configurarme”. Alejandra Pizarnik

“Respiro la niebla de deshojar fantasmas”. José Lezama Lima

“y el sol dentro de la tarde como el hueso en una fruta”.  Federico García Lorca

Dar nueva vida a las cosas. Jugar con las palabras y  que éstas nos asombren reutilizadas, puestas de otra manera. Pudiera ser lo mismo pero es diferente porque la combinación de sonidos y las ideas o emociones que evocan aparecen como una nueva solución a un problema complejo. De dónde procede la creatividad verbal. Por qué algunas personas son más hábiles con el lenguaje, incluso verdaderos malabaristas de la estética y la representación semántica.

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Desde  el punto de vista de la neurociencia, los estudios realizados hasta ahora localizan la creatividad en la corteza prefrontal (zona coloreada del dibujo).

Un trabajo muy reciente (Zhu et al) muestra que las personas con mayor creatividad verbal tienen un mayor volumen de una zona particular del área frontal del cerebro: el denominado giro frontal inferior (el cual está localizado en rojo en el dibujo).

verbal creativitySería interesante saber cómo este lugar del cerebro se conecta con sus zonas vecinas y lejanas, con los sentidos y las emociones, con una cierta personalidad y esa extraña necesidad de escribir y jugar con el lenguaje.

El cerebro del escritor (1): «dreamstorming»

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Lo mejor de escribir es esa sensación de dejarte llevar. Entrar en una órbita de  “free-floating”. Es una percepción muy parecida a la de correr sin esfuerzo. Cuando estás entrenado, los músculos y con ellos el resto de tu cuerpo, avanzan solos, como impulsados por un motor automático. Sólo tienes que abandonarte a ese ritmo y notar la respiración, observar a tu alrededor o sumergirte en tus pensamientos. Este conjunto de emociones aparecen de modo similar cuando la escritura fluye. Son los dedos, animalillos salvajes, los que avanzan a su entender. El resto del cuerpo se convierte en un fiel seguidor de las falanges.

Existe una técnica descrita por Robert Olen Baten : “dreamstorming” (que no “brainstorming”). En ella se invita al que escribe a entregarse a este estado de flotación, de asociar libremente palabras e ideas y dejar que la historia te tome de la mano y te guíe a su voluntad.

Desde el punto de vista de la neurociencia, el alma de esos dedos en danza es un cerebro liberado de las ataduras de nuestro viejo sistema límbico. Si el sistema límbico está activado porque estamos estresados, sentimos cansancio o somos muy autocríticos y nos castigamos pensando que todo está mal, no liberamos nuestro córtex. La creatividad se deja de lado y priorizamos el estar a salvo y seguros, que es la función principal de nuestro cerebro instintivo, un cerebro más antiguo evolutivamente. El córtex, nuestro cerebro moderno, busca novedad, necesita ser creativo.

Dejar volar nuestro cerebro más moderno (y probablemente conectarlo así de algún modo con el más antiguo), debería de ser un ejercicio de práctica diaria. Del mismo modo que necesitamos comer o dormir para vivir, practicar la creatividad tendría que ser una actividad habitual en nuestro proceso de “sobrevivencia” . Lo cual también es una forma de evolución.

La música resulta una aliada fantástica de la escritura y ayuda a esa sensación de libertad. “Last Leaves of Autumn”, de Beth Orton, es una bonita pieza para ejercitar nuestro necesario dreamstorming.