Thomas Mann

Deberíamos de ser todos poetas

A propósito de un fragmento de Alteza Real, de Thomas Mann: “Tengo que confesar que no he tenido otra opción. Siempre me he sentido inútil para cualquier otra actividad humana. Me parece que esta incapacidad indudable e incondicional para cualquier otra cosa es la única prueba y piedra de toque de la profesión de la poesía, tal vez, de hecho, no haya que ver en la poesía una profesión, sino precisamente la expresión y el refugio de esa incapacidad”.

 ¿Y si resultara todo lo contrario? Muchos escribimos a ratos. En momentos en los que nos sentimos tremendamente impulsados a ello. Aunque no lo practiquemos asiduamente por estar dedicados a otras tareas. Si eres poeta arquitecto, como Joan Margarit, escribes versos mientras esperas que te revisen los planos de algún proyecto. Si eres poeta y trabajador, no importa en qué pero trabajas bien lejos de casa, escribes mientras viajas. Si eres poeta y madre, escribes mientras el niño hace la siesta. Y ¿por qué no? Escribir poesía debería ser un hábito generalizado en la mayoría de nosotros. Y qué maravilla de humanidad si así lo fuera. Escribir aunque sea a ratitos. Mientras esperamos que nos sirvan un café y no sabemos qué hacer con nuestras ideas, nuestras manos muertas de inactividad. Mientras hacemos un descanso en el trabajo. Mientras corremos o escuchamos música. Es un modo de refugio. Una concesión a la misericordia. Además de emociones y belleza. ¿Por qué no indagar en ese espacio? ¿Por qué dejarlo morir?

Deberíamos de ser todos poetas.

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