Mes: agosto 2013

Sabático

Los días que iniciaron mi año sabático fueron tentativas de abordar todo aquel tiempo que aparecía ante mí como un inmenso regalo. Solía levantarme pronto para sentarme en la terraza a escribir. Comenzaba acompañada de música de Charlie Parker. No ha habido mejor talento en el jazz. Sus improvisaciones me llevaban a bucles y espirales curiosas por las que arrastrar los relatos. La brisa de las primeras horas de la mañana aún estaba perfumada del jazmín que se imponía durante la noche. A veces me distraía y no podía seguir el hilo de las historias. Entonces contemplaba los jardines que rodean la terraza y comenzaba algún dibujo que luego continuaba en las clases que compartía con Billy en la Academia.

Yo no era buena dibujando pero sentía curiosidad por explorar cómo se puede transformar una idea o una emoción en un paisaje. Me gustaba recorrer ese camino. Reconozco que era muy torpe, pero necesitaba ensayar. La primera técnica que nos enseñaron fue el dibujo con lápiz. Como a los niños. Empezar por lo más sencillo me reconfortaba y decidí que me estrenaría esbozando siluetas. Pedí permiso a Billy para trazar su perfil mientras él mismo dibujaba sus cosas.

foto edu y julia

Lectura y micro-espacios

lectura y microespacios

Leer libros antiguos es un ejercicio de teletransportación. Tanto más lo es si esos libros han formado parte de tu pasado, han convivido en el espacio físico en el que solías dormir y respirar.

En los últimos días he estado leyendo un libro que pertenece a una colección que tenía en mi habitación cuando era una chiquilla. No puedo decir sino que ha sido una lectura genial, cómo no, una colección de cuentos de Julio Cortázar. Pero ya fuera del valor literario, me he quedado “colgada” del objeto-libro en sí. El color gris oscurecido de las tapas, la tipografía de las letras anunciando el título y el autor, casi de máquina de escribir, su interior, más de un centenar de páginas amarillas de un tinte oxidado y tacto a cartón.

Y fuera del aspecto físico del libro, o dentro de él, ya inseparable su apariencia y lo que evoca, toda una serie de matices que lo unen a una dimensión particular del espacio-tiempo. La luz débil de mi habitación a media tarde, los libros en las mismas manos que sostenían un bocadillo crujiente, leer sentada en la cama que hacía a la vez de sofá y mueble único repleto de estantes y pequeños cajones, tal vez mini armarios. Y en cada micro-espacio fragmentos de historias que parecen salidas de una película de cine mudo, con tonos mates y puntos que salpican como insectos sobre una pantalla de luz. Imágenes que cuando se unen en pequeñas piezas ofrecen algo parecido a una visión total del mundo.