musica acuatica

Azul

Azul

La radio y música acuática, un cuento explicado por alguien con voz quebrada. En el cuento aparece un detective que persigue un globo en una casa deshabitada. Es un globo azul, como el azul de los geles de afeitar. El globo flota hasta el techo y es difícil de atrapar, se esconde en la parte de arriba de los armarios, en los espacios perdidos entre los estantes. El detective utiliza una escalera portátil, lo toca pero resbala, no es ovalado,  tiene piecitos como las amebas, salta y casi lo rasga con la uña del índice, pretende atraparlo con el hueco del sombrero. Inútil, se escapa, se hace más pequeño o se hincha. Y en medio de la actividad detectivesca, -tan imposible como generadora de calor-, suena el timbre de la puerta y el detective, que ha dejado el sombrero y la gabardina en el suelo, la abre y se queda mirando a la mujer que acaba de llamar. “Disculpe”, le dice ella, “había olvidado algo”, continúa. La mujer tiene la piel algo azul y es alargada, los dedos parecen cilindros y tiene pómulos y barbilla de etrusca, avanza despacio hacia el armario donde se alojó el globo y se pone de puntillas, extiende el brazo y el globo resbala como si conociera el camino, pasa ligero por sus manos y discurre veloz hasta instalarse en el pecho. La mujer de piel azul, ya recompuesta, se gira y dice adiós al detective, cierra la puerta y se va. El detective retoma el sombrero y la gabardina, se los pone a marchas forzadas, sin ninguna delicadeza, tal vez porque en realidad los siente como accesorios extraños, ya ha visto la facilidad con que se colocan las cosas cuando de verdad pertenecen, y es entonces cuando nota que el sombrero de fieltro huele a rancio y que hace tiempo que no lleva la gabardina a la tintorería.

-AGC-

Música acuática

musica acuatica

Ivonne volvió a meter la cara en la pecera. Con las gafas de buzo los peces naranja se veían casi azules. En la radio sonaba una música de maracas que asfixiaba. Eran maracas gordas, aturullantes. Ivonne volvió a sumergir la cara en la pecera y el ruido de las maracas se hizo lejano.

“No, Ivonne, tienes que oir las maracas”, le dijo él. Él era alto.

“Prefiero los peces”, dijo ella.

Ella llevaba aletas de buzo.

Los peces naranja expulsaban burbujas de aire que Ivonne recogía y guardaba  en su traje de neopreno.

“Sólo las tienes que escuchar. Te acostumbrarás”, le repitió él.

Ivonne respiró las burbujas de aire de los peces y jugueteó con ellas por dentro de la nariz. Los peces le aleteaban el mentón y la frente.  Las burbujas abordaron las orejas de Ivonne, también las fibras radiales del traje de inmersión. Avanzaban con la fuerza de un émbolo y al comprimirse en los tímpanos sonaron como trompetas, trompas de caza, fagots, oboes, flautas francesas y violonchelos.  A fuerza de chocar se articularon en una composición de timbres altos y bajos.

La suite emigró a la superficie de la pecera. Llenó toda la habitación en una partitura con tres movimientos.