Música

Necesidad de evolucionar hacia el mestizaje

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Y encontrar mi casa repleta de colores tan diversos, mi abuela guanche, mi bisabuelo portugués, mi tatarabuela centroeuropea, mi abuelo sefardí, mi madre andaluza, mis hijas  de aquí al lado, y tener tanto espacio aún para los múltiples orígenes y formas de hacer, lo que existe y se puede inventar, siempre nuevo, distinto, matizado, mestizo.

Hoy me vienen a la cabeza las melodías de piano y guitarra interpretadas por Michel Camino y Tomatito. Como «Bésame Mucho». Porque de nuestras limitaciones y dificultades, de nuestra profunda torpeza, sólo pueden salvarnos los besos. O como «Two Much», qué belleza.

Música para vivir

music and the brain

Nos activamos por la música. Rampas y pequeñas descargas nerviosas. Una emoción intensa. Me reconozco en esas sensaciones. Los días en casa. Mi padre se aislaba en su sofá. Los cascos amoldados a las orejas, y cantaba, cantaba, la música te transporta, decía. Era inmensamente feliz. Éramos inmensamente felices. Cada viernes compraba un single en la tienda de discos. El último que estaba de moda. En mi cabeza fui haciendo una pequeña colección memorística de las cubiertas en blanco y negro o en colores mate. Conocía cantantes, conjuntos pop con pantalones de campana. Sentados en nuestra pequeña salita, la salita de un piso del suburbio barcelonés de apenas sesenta metros cuadrados, nos movíamos al ritmo de la música a la vez que sonreíamos y hacíamos un aperitivo de olivas y patatas chips, miraba a mi padre, con su mirada franca y esos ojazos de hombre bueno. Las canciones que más le gustaban las ponía una y otra vez. Como “The year of the cat” o “Eye in the sky”. A mí me gustaba volver a oírlas, anticipar los altos y bajos de la melodía, el piano, la guitarra, cerrar los ojos y soñar , saber que mi padre y toda la estampa de mi familia en nuestra pequeña casa estaría siempre conmigo. Inmutable a pesar del tiempo. Nuestra pequeña caverna llena de sentimientos como fuentes, sonidos preciosos para no perderme en esta inmensa montaña.

-AGC-

Un día de noviembre

un dia de noviembre

Tomé un año sabático y me dejé llevar por la literatura, la música, el pensamiento. El abandono fue verdadero y diario hasta notar que cada vez me quedaba menos cuerpo, los brazos se me hacían pequeños, también la nariz y el cuello. Pero no podía detenerme. La piel me desaparecía de los dedos y quedaba incrustada en las hojas de los libros que me obsesionaban. Un día encontré un trozo de grasa subcutánea en la contraportada de una novela de Carver. Otro día, como quien no quiere la cosa, era mi válvula mitral -y a resultas un latir atolondrado del corazón-, la que hacía de punto de libro en la biografía de Ghandi. Vivía mi disolución de un modo placentero incluso cuando me perdía en mi propia ropa: quedé reducida al tamaño de un pequeño insecto bajo la bata de guatiné. Luego llegó la huida de algunos átomos de mis ojos. Se desprendían cuando miraba las partituras de Leo Brouwer y la guitarra en la que ensayaba los estudios sencillos y un día de noviembre. Era muy fácil avanzar en el mundo de lo infinitamente pequeño. Las fibras de papel y de madera olían a eucaliptus y hacían de tobogán al exterior. De entre los muchos caminos escogí volar junto a las gotas de lluvia.

 

El cerebro del escritor (1): «dreamstorming»

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Lo mejor de escribir es esa sensación de dejarte llevar. Entrar en una órbita de  “free-floating”. Es una percepción muy parecida a la de correr sin esfuerzo. Cuando estás entrenado, los músculos y con ellos el resto de tu cuerpo, avanzan solos, como impulsados por un motor automático. Sólo tienes que abandonarte a ese ritmo y notar la respiración, observar a tu alrededor o sumergirte en tus pensamientos. Este conjunto de emociones aparecen de modo similar cuando la escritura fluye. Son los dedos, animalillos salvajes, los que avanzan a su entender. El resto del cuerpo se convierte en un fiel seguidor de las falanges.

Existe una técnica descrita por Robert Olen Baten : “dreamstorming” (que no “brainstorming”). En ella se invita al que escribe a entregarse a este estado de flotación, de asociar libremente palabras e ideas y dejar que la historia te tome de la mano y te guíe a su voluntad.

Desde el punto de vista de la neurociencia, el alma de esos dedos en danza es un cerebro liberado de las ataduras de nuestro viejo sistema límbico. Si el sistema límbico está activado porque estamos estresados, sentimos cansancio o somos muy autocríticos y nos castigamos pensando que todo está mal, no liberamos nuestro córtex. La creatividad se deja de lado y priorizamos el estar a salvo y seguros, que es la función principal de nuestro cerebro instintivo, un cerebro más antiguo evolutivamente. El córtex, nuestro cerebro moderno, busca novedad, necesita ser creativo.

Dejar volar nuestro cerebro más moderno (y probablemente conectarlo así de algún modo con el más antiguo), debería de ser un ejercicio de práctica diaria. Del mismo modo que necesitamos comer o dormir para vivir, practicar la creatividad tendría que ser una actividad habitual en nuestro proceso de “sobrevivencia” . Lo cual también es una forma de evolución.

La música resulta una aliada fantástica de la escritura y ayuda a esa sensación de libertad. “Last Leaves of Autumn”, de Beth Orton, es una bonita pieza para ejercitar nuestro necesario dreamstorming.

All the things you are

piscina

Entramos en casa después de nadar. Nunca habíamos nadado hasta casi la media noche. La piscina estaba iluminada con focos redondos en su interior. Era difícil sortear las líneas amarillas que se cruzaban en todas las direcciones, luces impetuosas como los ojos de una muñeca galáctica. Los trajes de baño se veían fosforescentes. También nuestros dientes alineados. ¿Y si pudiéramos cambiar la forma de nuestras emociones? Sería cuestión de trazar un camino. Una línea virtuosa que conectara nuestros deseos y nuestra manera de hacer. Una performance basada en los movimientos libres del nadador. Todo se puede conseguir uniendo pasión y plasticidad. Tras despojarnos de los bañadores mojados, nos servimos un Manhattan y cenamos en la terraza. Hablamos de cosas variadas. Movíamos nuestros ojos y nuestras manos en infinitas direcciones, imitando a delfines escurridizos que trazan figuras sobre una bahía. Y así, al hablar y gesticular, explicábamos todas las cosas que somos.

Agujeros

Agujero negro

Sólo dormí tres horas y ahora tengo ojos de rana. Bulbosos y verdes. Una pupila ligeramente más elevada que la otra. Si algo he aprendido con el programa de televisión de Carl Sagan es que existen los agujeros. He de confesar que la sonrisa de Carl y su traje cobalto con cinturón ajustado me producían acidez de estómago. En cambio, el tema de los agujeros me resultaba muy atractivo. Creía en ellos. Confiaba en la existencia real de esos agujeros que se escapan a nuestro entendimiento (no tenemos los ojos hechos para verlos). Y desde entonces los he buscado con insistencia. He volcado horas intentando concentrar la luz con los pequeños flexos de mi habitación. He fabricado un balón de papel, una esfera frágil de papel de seda, que deja entrar toda la luz de las bombillas sin permitir que salga ni una sola radiación. Y creo entender que finalmente se ha formado un agujero de tiempo. La luz se apaga atrapada en su propia gravedad. Aparece un túnel opaco en el que permanezco mucho rato. Es difícil de calcular cuánto. Sólo sé que Eric duerme toda la noche (con esa calma que tiene su respiración al dormir), se levanta y se humedece los párpados y su barba recién brotada, lo hace llenándose las manos de agua del grifo y con suaves toques en las mejillas, prepara una cafetera que hace ruido de tren, y yo permanezco en mi túnel, escribiendo, sin parar.

http://vimeo.com/37241531

Todo está cambiando tan rápido

Aquiles y la tortuga

¿Y si el ritmo de la historia se asemejara a la paradoja de Zenón? Cada fragmento de tiempo es dividido y subdividido en mitades más pequeñas. Aquiles, el corredor griego más veloz, le da una ventaja inicial a la tortuga, confiado él de sus posibilidades. Pero éste no podrá jamás alcanzar a la tortuga. Aunque se acerque a ella y la distancia minve, a cada paso, la separación tiende a no existir pero no será completamente cero, siempre hay otra mitad de mitad de mitad….. que superar.

¿Y si ahora en la ruta de la historia, nos acercáramos a los pequeñísimos fragmentos de la línea de Zenón?

Las primeras etapas, la prehistoria, larguísima, una eternidad. La Historia antigua, también. ¡Oh, qué larga la historia de la antigua China¡ Lo mismo la de Mesopotamia o el antiguo Egipto y no hemos de olvidar a los sabios griegos, siglos de historia. Más tarde continuamos con centenas de años que comprenden las diferentes Edades. La Edad Media, el Renacimiento…Pero conforme avanzamos en la línea, los fragmentos van apareciendo cada vez más cortos. Primero algo menos distanciados, posteriormente esas distancias compiten entre sí, como un corredor que a fuerza de entrenar con empeño, va rebajando sus propias marcas.

¿Es eso cierto? Tal vez. El tiempo parece tener una medida diferente según para qué lo apliquemos. Sí, las etapas de la historia parecen acabarse cada vez antes. Ahora, en nuestros días, vivimos con taquicardia. No tenemos tiempo de entender lo que pasó hoy, toda la información que puede ser relevante y cambiar nuestra manera de comunicarnos. Utilizamos herramientas mágicas que transforman nuestra realidad tan sólo acariciando una pantalla con la yema de los dedos. Nos conectamos en dos segundos con personas que viven a miles de kilómetros, y establecemos unas redes increíbles. Estas redes multiplican exponencialmente las posibilidades de cambio. Una nueva idea se difunde con gran rapidez y a la vez genera muchas otras.

Por otra parte todavía somos terriblemente primitivos en muchos aspectos. Aún estamos al principio de la línea en aquello que precisamente destroza personas, culturas, civilizaciones, posibles progresos. La necesidad de dominar y controlar, la territorialidad y el afán depredador, la genética de los trepadores salvajes, la magnética atracción hacia el abismo del poder. ¿Qué mecanismo biológico hace que el antiguo cerebro depredador sea aún el que guíe la conducta de muchos humanos y el rumbo del mundo? ¿Y por qué no lo es la búsqueda de la belleza? ¿O la persecución de la bondad? ¿El proceso de humanización está todavía en activo? Tras nuestra transformación en homínidos, ¿qué estrategias de evolución le quedan a nuestro cerebro? Me gustaría pensar que en cierto modo, los cambios irían hacia minimizar el “yo” y la supervivencia, para dar un paso a lo colectivo. Avanzar hacia el alcance del máximo desarrollo en nuestras habilidades y talentos, a favor de un beneficio común. ¿Será eso posible? Tal vez para ello necesitemos cambios cualitativos en nuestro funcionamiento cerebral. Desarrollar nuevas conexiones…

Zenón quería demostrar mediante las paradojas que no es posible realizar afirmaciones sobre el mundo que sean consistentes. Así que nos quedamos con las dudas. Totalmente paradójicos.

” Everything is moving so fast, I am unlimited….”, The Great Lake Swimmers (paradójico el ritmo de la música contrastándolo con la letra; extraño vídeo dónde todo se mueve para que todo quede más o menos igual).

Música acuática

musica acuatica

Ivonne volvió a meter la cara en la pecera. Con las gafas de buzo los peces naranja se veían casi azules. En la radio sonaba una música de maracas que asfixiaba. Eran maracas gordas, aturullantes. Ivonne volvió a sumergir la cara en la pecera y el ruido de las maracas se hizo lejano.

“No, Ivonne, tienes que oir las maracas”, le dijo él. Él era alto.

“Prefiero los peces”, dijo ella.

Ella llevaba aletas de buzo.

Los peces naranja expulsaban burbujas de aire que Ivonne recogía y guardaba  en su traje de neopreno.

“Sólo las tienes que escuchar. Te acostumbrarás”, le repitió él.

Ivonne respiró las burbujas de aire de los peces y jugueteó con ellas por dentro de la nariz. Los peces le aleteaban el mentón y la frente.  Las burbujas abordaron las orejas de Ivonne, también las fibras radiales del traje de inmersión. Avanzaban con la fuerza de un émbolo y al comprimirse en los tímpanos sonaron como trompetas, trompas de caza, fagots, oboes, flautas francesas y violonchelos.  A fuerza de chocar se articularon en una composición de timbres altos y bajos.

La suite emigró a la superficie de la pecera. Llenó toda la habitación en una partitura con tres movimientos.