neocórtex

Escribir como ejercicio de libertad

escribir en libertad

“There are no conditions of life to which a man cannot get accustomed, especially if he sees them accepted by everyone around him”

Leo Tolstoy, Anna Karenina

Nos hemos acostumbrado a no protestar. A ceder frente a las presiones. A aceptar que nos recorten el sueldo y ofrezcan a nuestros hijos una educación empobrecida. A tolerar que mermen el sistema sanitario. Nos hemos acostumbrado no sólo al escaso presupuesto destinado a la investigación sino a que además reduzcan las mínimas becas y oportunidades para nuestros investigadores. Nos hemos habituado a la pobreza, -material y de espíritu-, al desperdicio del talento por falta de oportunidades, a trabajos infra remunerados, al impedimento del verdadero desarrollo humano. Nos hemos acostumbrado a que nos hundan en la miseria. Y todo para mantener un viejo sistema de castas, una jerarquía biológica bastante primaria, en la que unos cuantos controlan y dirigen mediante cuidadas redes de intereses.

¿Por qué? ¿Qué sucede en nuestros cerebros? El miedo podría ser una de las claves. El miedo determina muchas de nuestras respuestas. Tenemos miedo casi siempre. Miedo a decir que no. Miedo a quedarnos solos expresando una opinión. Miedo a sufrir consecuencias por comportamientos que no sean los seguidos por la mayoría. Miedo a ser desplazados o a estar en peligro. El miedo es una respuesta rápida, una estrategia de supervivencia que facilita la huida, la autoprotección: “sálvate”, nos dice el cerebro profundo, el sistema límbico, el tronco cerebral…

Pero sucede a menudo que la estrategia utilizada para salvar el pellejo, esa reacción rápida y de bajo consumo energético, mediada por las áreas más primitivas de nuestro cerebro, entra en conflicto con nuestro bienestar a largo plazo. Decidimos no quejarnos, asumir que nos recorten el sueldo o la calidad de la escuela de nuestros hijos, porque adaptativamente favorece nuestra supervivencia inmediata. No nos ponemos en peligro, hacemos lo mismo que todos, no creamos conflicto ni perturbamos la paz social. Pero a medio y largo plazo, esta actitud se convierte en un boomerang que reacciona contra el propio individuo y todo un colectivo. Seguimos alimentando un sistema tremendamente desigual.

Los cambios a lo largo de la historia han requerido a menudo de revoluciones. Revoluciones importantes para abolir la esclavitud u otras infracciones graves a los derechos humanos.  Las revoluciones son difíciles de gestar. Requieren mucha energía, organización, lucha y perseverancia. Necesitan de la utilización de nuestro cerebro más moderno, el neocórtex, y que en él se efectúen cambios cualitativos, diferenciales. Necesitan tiempo, no se fundan en respuestas rápidas e instintivas. Uno de los principales problemas en estos ejercicios de cambio sustancial, es el mantener la motivación y la energía en grupos muy grandes de personas. Es fácil que se vaya perdiendo el ánimo. También que haya conversiones hacia el sistema antiguo; algunos individuos tienen una tendencia especial a estar siempre al lado de los que ostentan el poder, independientemente de la ideología o maneras que estos poderosos exhiban.

No sé cómo pero necesitamos un cambio. Y no una revolución social ni económica, ni mucho menos violenta o perturbadora de nuestra integridad física. Necesitamos una revolución humana. Nuestro cerebro ha de cambiar. Hemos de viajar hacia el bienestar común y el progreso en lo más auténtico de nuestros valores humanos, los no materiales. Igual que en su momento se abolió la esclavitud más salvaje, hemos de abolir este sistema primitivo que funciona aprovechando que aún estamos gobernados por nuestro cerebro más antiguo.

Evolución y humanización. La cuestión es cómo conseguirlo. Escribir, expresar opiniones y sentimientos es como mínimo un ejercicio de libertad. ¿Por qué no comenzar por aquí? Expresémonos, volquemos nuestras ideas de manera organizada, inteligente y sensible. Este puede ser un pequeño primer cambio en el abandono de nuestras peligrosas costumbres.